sábado, 6 de marzo de 2010
Ella era Chillán, con el aroma de café con leche, sopaipilla y longaniza asada, que lo había impulsado a bajarse del tren, esa mañana cuando se conocieron en el mercado. Él le habló de Lanco, su tierra. De sus praderas y lomajes suaves, verdes y húmedos, como sus ojos. De su gozo por los manjares culinarios que había propiciado aquel encuentro que sin saberlo aún, uniría sus vidas para siempre.
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